No es verde todo lo que reluce

23 de Febrero de 2021, by Pau

En mi último post escribía sobre la creciente implantación en todos los negocios de la llamada “cloud computing”, o computación en la nube, dónde los efectos plataforma, los nuevos procesos, y la sensorización de todo lo físico requieren el almacenamiento y cálculo de trillones de datos al instante para operar según diseño. La “nube” puede parecernos algo etérea, pero reside en naves industriales gigantes en algún lugar del mundo con millones de computadores en serie que reciben instrucciones mediante la red global. La capacidad de cálculo puede crecer hasta el infinito, y a costes razonables, porque las grandes compañías invierten de forma intensiva en aumentar la capacidad de estos centros previendo la demanda exponencial creciente. Pero un ordenador por definición, independientemente de su tamaño y prestaciones, consume electricidad para hacer sus funciones, y mientras lo hace se calienta por las ineficiencias de sus materiales, ergo necesita refrigeración constante. Muchos ordenadores requieren mucha energía, y esto genera un impacto que no siempre tenemos en cuenta… Cuando uno habla de la transformación digital piensa en la adaptación cultural, la transformación de los puestos de trabajo o el impacto en nuestra forma de vivir y relacionarnos, pero asumimos que en la optimización y/o facilitación que conlleva hay siempre un ahorro de recursos intrínseco. Si además mezclamos este concepto con el transporte eléctrico, el correo electrónico, las videollamadas, las energías renovables, etc. podemos acabar asumiendo que lo digital es “verde” por definición de alguna forma. Pues bien, el objetivo del post de hoy es argumentar que en la optimización de recursos que permite la digitalización mediante el control y la predicción exhaustiva, puede generar beneficios para nuestro medio ambiente, sí y sólo sí, miramos y evaluamos los procesos en su globalidad. Por ejemplo, ¿de dónde proviene la energía que alimenta los centros de datos?, ¿Sabemos el impacto de lo que gastamos haciendo scroll en Instagram durante media hora? ¿cómo se genera la electricidad para cargar nuestro patinete eléctrico? o la pregunta que nos hacemos muchos: ¿es eficiente y ecológico que un Señor de Amazon venga a la puerta de nuestra casa para entregarnos unos calcetines dentro una inmensa caja de cartón? Digital no es igual a verde, a menos que lo planteemos así; si queremos un mundo mejor y más limpio debemos empezar por poner los cimientos energéticos de las máquinas que lo moverán y calcularán todo. Sobre este tema pretendo reflexionar.

En primer lugar, me gustaría exponer el estado del arte del consumo mundial de electricidad en este momento. Estamos en medio de un “boom” aparente de energías renovables; lo leemos en todos los periódicos, nos bombardean con supuestas subvenciones para hacer la transición a nivel particular, e incluso vemos como los grandes grupos petroleros mundiales han iniciado una transformación sin precedentes hacia la energía “verde”. En nuestro imaginario puede parecernos que en breve será un hecho que la mayoría de nuestro consumo energético sea sostenible, pero ¿cuál es el origen de nuestra electricidad hoy en día? Si consultamos el último reporte de la IEA (International Energy Agency) pueden ver que todavía un 75% de la electricidad mundial es de origen no renovable. (No confundan energía con electricidad, por eso no verán el petróleo como gran fuente representada. Lo comentaremos más adelante).

Pueden observar que las diferencias entre zonas geográficas son evidentes, mientras en Europa casi un 50% de la electricidad ya es de origen renovable, en el Sudeste Asiático o Norte América están al 20% o menos. Lo más sorprendente para mi es que las centrales de gas y carbón son las mayoritarias con casi un 50% de cuota mundial, ¡carbón y gas! ¿no les parece increíble en este estadio del s. XXI en que nos encontramos? ¡con toda esa publicidad verde! La realidad es cruda y debe revertirse lo antes posible… Uno puede dudar y preguntarse: “puede que éste sea el estado del arte actual, pero con la multitud de inversiones que están disputándose hoy en día; entre subvenciones en Europa, planes estratégicos en China y promesas del nuevo gobierno en USA, en poco tiempo se revertirá”. Bien, les muestro algunos datos más del mismo organismo.

Entendiendo que el 2020 no es un año regular ya que el consumo de electricidad ha descendido más que en los últimos cincuenta años de datos de la serie histórica, sí que podemos afirmar que el incremento de electricidad renovable es correlativo a la capacidad realmente instalada. En igualdad de condiciones muchos países priorizan energías limpias en su red eléctrica versus otras alternativas, excepto la nuclear que no puede pararse fácilmente. El cómputo global es negativo pero el ascenso de 400TWh renovables se puede asemejar a la realidad pareciendo muy positivo. Les muestro ahora el consumo de energía eléctrica en el mundo en los últimos años.

Si analizamos el incremento continuado en el último decenio tenemos un incremento anual del consumo de electricidad entre 500 y 1000TWh por año. Esto significa que el incremento de la capacidad instalada renovable actual no llega a absorber el incremento del consumo anual de electricidad, ergo cada año vamos a peor. Pero añadamos un factor más; les he comentado que energía no es igual a electricidad ya que nuestros coches, aviones o nuestras fábricas utilizan otras fuentes para generar calor o electricidad en sus procesos que no provienen de la red eléctrica. Miren este gráfico del consumo de ENERGÍA.

Verán que ahora aparece el petróleo como fuente principal, y creciente desgraciadamente, con los biofuels o la biomasa que no aparecían anteriormente. Esto significa que, si queremos realmente sustituir todo este consumo por energías renovables, la necesidad de electricidad se incrementará mucho más por pura estadística. Si todos los coches, aviones o industrias tienen que operar con electricidad, los 500-1000TWh anuales de incremento se quedarán en una pequeñez (las pilas de combustible también se generarán con electricidad, como el hidrogeno verde si se lo preguntan). El crecimiento de electricidad de origen “verde” debe ser tan exponencial que cualquier inversión, por muy grande que sea, puede ser insuficiente. Les muestro un último gráfico para que puedan valorar el impacto de esta transición. Vean por ejemplo qué sectores consumen más gas natural hoy en día.

La segunda mayor partida es la residencial, nuestras calefacciones a nivel individual. Si debemos sustituir nuestras calderas por bombas de calor o sistemas de aerotermia alimentados por electricidad renovable ¿se imaginan cuando subirá la necesidad personal de nuestra red eléctrica? Súmenle cargar nuestros coches eléctricos, miles de sensores en el “todo conectado” del IoT, grandes centros de datos adicionales y miles de industrias buscando el claim “libre de CO2”. Parece evidente que el boom de las renovables está más que justificado y sólo puede hacer más que incrementarse exponencialmente si uno realmente siente la necesidad de revertir la emergencia climática. Pero desgraciadamente, a ritmos actuales, dejaremos de consumir petróleo en nuestros coches para quemarlos en centrales para suministrar la red eléctrica. El incremento será tan brutal que la capacidad instalada no lo alcanzará a menos que el boom sea pantagruélico. Y para mi ahí reside el problema, nos quedamos en la necesidad de poseer un coche eléctrico sin preguntarnos suficientemente cómo lo cargaremos sin dañar el medio ambiente.

En los últimas décadas, mientras el debate se centraba básicamente en criminalizar las centrales nucleares después del accidente de Fukushima y echarse las manos a la cabeza con la serie de éxito de HBO basada en hechos reales en la Unión Soviética, los países más desarrollados afianzados en el petróleo han realizado una tímida transición hacia el gas natural y la cogeneración mientras que los que estaban en vías de desarrollo han continuado apostando por lo que tenían, petróleo y carbón de calidad dispar. La energía que era más barata y limpia a pesar del problema con sus residuos, la nuclear, ha desaparecido de muchas naciones avanzadas mientras se hacia una rápida transición hacia lo menos malo, el gas natural. Lo menos malo es y ha sido la tónica general imperante. No es hasta día de hoy que vemos una voluntad para hacer una transición real hacia lo renovable y sostenible, aunque puede que sea ya demasiado tarde. ¿Por qué creo que ahora si va de verdad? Miren las noticias que aparecen día a día y hágase un compendio general; el gaseoducto Nord Stream 2 empieza a cuestionarse, las grandes industrias cierran contratos con empresas de electricidad para hacer inversiones cerca de sus fábricas y asegurarse electricidad verde que sustituirá a su gas o derivados del petróleo (vean el acuerdo de Acciona con Amazon Web Services, link, como ejemplo de múltiples noticias que aparecen en los medios cada día), el coche eléctrico es el foco de innovación de todas las empresas automovilísticas gracias a un visionario que rompió un lobby acomodado que no creía en la disrupción, los hedge funds y fondos de inversión ya saben que hay negocio y apuestan claramente por estas políticas en sus inversiones, el plan quinquenal Chino lo incorpora como industria estratégica a liderar, Facebook o Microsoft planean llevarse sus centros de datos al ártico donde el calor de sus máquinas es menos problemático, o debajo el mar por la misma razón, o en los desiertos donde la energía solar puede pagar los sistemas de refrigeración; el hidrógeno parece que ya no es inestable porque alguien ha decidido apostar por él, e incluso España parece dispuesta a invertir en el norte de Castellón para instalar una fábrica verde que alimente su puntera industria cerámica (gran consumidora de calor), y lo más importante, el consumidor medio se ha dado cuenta que la emergencia climática está ahí y es hora de esforzarse, para no decir sacrificarse, para evitar males mayores que ya asoman la cabeza. Todo el mundo parece estar de acuerdo, ahora falta que estén comprometidos (el committed en inglés que tiene una connotación de todavía más implicación), porque si miramos los números, las inversiones, aunque inmensas, parecen insuficientes condenándonos durante años a “lo menos malo” que puede ser una catástrofe para nuestro planeta.
Alguno de ustedes me podría argumentar, muy bonito, pero ¿quién tiene dinero para abordar estos costes de forma masiva? ¿los Gobiernos hiperendeudados? ¿las grandes empresas? ¿lo debemos asumir los particulares? Parece evidente que la colaboración de todos es necesaria para no asumir costes mayores que vendrán impuestos si la emergencia climática se recrudece junto a la destrucción de nuestro medio. Invertir ahora para evitar un cataclismo de costes materiales y personales indescriptible en un futuro, sólo esto puede salvarnos. Lo más sorprendente de todo es que hoy ya es mucho mas barato instalar energías limpias que energías de origen fósil, observen este gráfico:

En 2019 la energía solar y la eólica terrestre eran ya mucho, mucho, más baratas que la nuclear o de carbón, incorporando además una componente de volatilidad menor ya que no dependen del precio de unas materias primas que se deben extraer y transportarse por países conflictivos, con las que los mercados de capitales puedan especular, o que dependamos de unas empresas con capacidades dispares (vean el caso de Texas la semana pasada). En diez años el avance ha sido espectacular y similar a la ley de Moore en microprocesadores. En las baterías ha sucedido de la misma manera. Así pues, el precio no es la cuestión principal hoy en día, la cuestión principal es el coste hundido en instalaciones gigantescas y carísimas cuyo business case, o modelo de negocio, se ha terminado antes que el periodo de amortización de sus activos. Los números salen para quien no tenga que depreciar gigantescos balances realizados pensando que el viejo modelo duraría para siempre, forzando además sus poderes de lobby si era necesario (no puedo evitar pensar en la imposibilidad legal hasta no hace mucho de desconectarse de la red eléctrica en muchos países avanzados si se realizaban las instalaciones oportunas, y caras). De esta manera el problema se transforma en cómo asumir la inversión inicial para cambiar de modelo y esperar el tiempo necesario para que el ahorro marginal supere los costes de instalación. La pregunta de quién puede afrontar esta transición, se resuelve simplemente con “quien pueda acceder al capital para invertir”, si los NPV o VAN (valor actualizado neto) de estos proyectos son cada vez más atractivos es sólo cuestión de tiempo que, a parte de las grandes empresas y Gobiernos que ya lo están haciendo, éstos impulsen con ayudas y subvenciones los proyectos menores e individuales que canalicen la transición hacia algo más sostenible y barato. No tener acceso a estos mercados de capitales dará lugar a tener que pagar más, ser menos competitivo y contaminar para una energía que podría generarse de otra manera, y teniendo en cuenta que esto perjudica a todos, espero que organizaciones supranacionales como el Banco Mundial se sume a la política exterior de los gobiernos más avanzados y a las grandes multinacionales para instalar los fundamentos para que un país pueda tener su renacer “verde” a precio menor y sin contaminar. Si no conseguimos ayudar entre todos los países que dependen del carbón o el gas por imposibilidad de hacer la transición, veremos situaciones como las que vimos hace menos de un mes en Polonia, donde sus subastas por los derechos de emisión de CO2 son famosas por “pagar bien” su alta dependencia de las centrales de carbón y gas. En lugar de ayudarles en su transición verde, los países avanzados que necesitan menos derechos de emisión (ya que están haciendo sus deberes e inversiones), se dedican a venderles sus derechos a precios cada vez más caros por la presión global de reducción. Un mundo al revés que nos puede conducir a nuestra tumba ambiental y a unos desajustes de competitividad entre naciones y empresas cada vez mayores que fomenten la desigualdad económica y sus condiciones de salud.

Parece obvio que la transición debe hacerse de forma rápida; el “qué” está claro, pero nos falta el “cómo”. Personalmente me cuesta creer en los modelos de decrecimiento que quieren devolvernos a un pasado preindustrial. Prefiero focalizar mis energías en la creación de modelos sostenibles a largo plazo que permitan el crecimiento orgánico y que genere esperanzas de vivir en un mundo mejor y diferente. No creo que la solución pase por consumir menos electricidad ya que, como les he comentado, parece inevitable consumir mucha más como parte de la transformación. Si esperamos que nuestros adolescentes apaguen el móvil, el ordenador y la consola para no gastar electricidad estamos planteando un modelo surreal e imaginario de un futuro que difícilmente ocurrirá si no es por imposición feroz. Debemos fomentar nuestro crecimiento en el consumo responsable de energía (verde por definición), en el reciclaje de los materiales que se utilizan para la generación y conservación de ésta, e intentar ser conscientes que todo lo que hacemos genera un consumo por el cual debemos preocuparnos por su origen. La transición se hará rápidamente si conseguimos instalarlo en el núcleo consciente de nuestra sociedad. Les pongo un par de ejemplos: si ha visto el documental de Netflix “The Social Dilema” se dará cuenta que mientras cada uno de nosotros hace scroll en una red social, miles de algoritmos trabajan al unísono para ofrecerle lo que desea, almacenar datos en su perfil y mejorarlo, o conectarse con los servidores de publicidad disponible entre otras muchas más cosas. Muchas máquinas operan y calculan mientras usted mueve el dedo… Además, usted tiene un móvil encendido, un módem al que le transfiere datos, antenas de telefonía, repetidores y centralitas del mundo a su disposición para que su comportamiento llegue a los servidores de Facebook, Amazon, Google o Microsoft para que lo procesen y le devuelvan información. ¿Sabe cuál es el consumo de todo esto? Si NO nos preocupamos por conocerlo y averiguar de dónde proviene la electricidad de nuestra casa, nuestro proveedor telefónico o de las grandes tecnológicas podríamos caer en grandes incongruencias; conducimos un coche eléctrico los fines de semana y vamos en bici a trabajar, pero nuestra lavadora, módem, o nuestra vitrocerámica funciona con un mix eléctrico con un 70% en centrales de origen fósil. Nuestro comportamiento con el móvil puede tener un consumo equivalente a tener una tostadora dos horas al día encendía a nivel global, pero no tenemos ni idea de como se alimenta. Saber lo que consumimos y exigir un origen renovable es el primer paso para acelerarlo todo. Si mi proveedor de telefonía no me garantiza que sus antenas consumen energías limpias, no lo contrato; si mi factura de la luz no proviene de un origen renovable, cambio de compañía, y así sucesivamente con todo lo que consumimos… Les pongo otro ejemplo, muchas personas están haciendo la transición al coche eléctrico pero no se preocupan de cómo lo cargan por desconocimiento u omisión de pensamiento. Otras argumentan que no quieren hacer la transición al coche eléctrico porque éste se cargará con energía fósil y será lo mismo, pero más caro. Es el falso dilema del generador de gasolina conectado a un coche plasmado en muchas viñetas humorísticas.

Si uno investiga mínimamente se dará cuenta que usted tiene alternativas para cargar un coche eléctrico de forma sostenible ni que esté en su casa, debe simplemente ser consciente de que el origen de la electricidad forma parte del modelo ecológico que usted a escogido. Por el contrario, argumentar que el coche eléctrico es una mentira porque se puede cargar con energías fósiles es desconocer que un motor de combustión es mucho menos eficiente que una central de carbón profesional, ya que son máquinas con otro grado de eficiencia (quien estudió termodinámica en la Universidad se acordará de los ciclos teóricos de Boyle-Mariotte o Sabathé). Una gran central de carbón puede tener un tamaño y unos condicionantes que le permiten ser más eficiente convirtiendo el calor en electricidad, además de tener filtros o catalizadores sofisticados de captura de carbono y otros componentes en las salidas de humo, o ser de ciclo combinado para aprovechar calores residuales. Decir que no haría la transición hasta que le aseguren que se cargará con energías limpias es desconocer la realidad y tener la mínima intención de hacerlo. Es una mera excusa. Eléctrico bien cargado, eléctrico sin saber cómo se carga exactamente y coche de combustión interna sería el orden de prioridades que escogería alguien que hubiera hecho el análisis completo (incluso analizando el impacto de las baterías, su origen y reciclado, de los cuales también existen muchos bulos). Los comportamientos se pueden cambiar simplemente poniendo foco en los procesos en los que operamos en nuestro día a día, informándonos y buscando modelos que cubran la totalidad de las actividades con orígenes verdes. Si alguien le comenta que se ha instalado placas solares para su consumo de agua caliente, pregúntele si su tarifa de electricidad también la ha cambiado en su totalidad a renovables. Lo mismo con los coches eléctricos, las bicis o los patinetes con carga de baterías. Debemos ser exigentes como sociedad hasta que el ciclo “verde” no se haya cerrado por completo. Todas las partes deben empezar a converger de forma acelerada. Mi recomendación para la transición rápida sería: ayudas para la inversión inicial a todos los niveles para actualizar nuestros sistemas de calor o electricidad, pensar los procesos de forma global y no en las partes que “quedan bien”, y exigir con nuestro consumo que las empresas y los gobiernos hagan los deberes de forma rápida.

Como último punto me gustaría reflexionar sobre un tipo de modelo de negocio que se ha extendido desde el boom de las «.com» a principios de los años dos mil. Este modelo de negocio consiste en ganar cuota de mercado de forma muy rápida, desplazando toda la competencia por precio o calidad del servicio hasta que los competidores son residuales o expulsados de este nuevo mercado dejando espacio a la empresa ganadora para subir precios a posteriori. Hay empresas que pierden mucho dinero durante años, alimentados por capitales pacientes que esperan beneficios en un futuro lejano hasta que un día posean un oligopolio o un monopolio. La industria del acero chino, por ejemplo, hizo dumping de precios a todo el mundo apoyado por sus bajos costes laborales, su respaldo gubernamental y su poca ética ecológica. Ganó cuota de mercado hasta que la mayoría de sus competidores han quebrado o están en fase de restructuración (sólo hace falta ver el estado de Thyssen Krupp o lo que queda de la industria en el Estado de Pennsylvania). Uno puede argumentar que es más o menos lícito perder dinero a mansalva hasta que eres “el único superviviente”, exhibiendo el músculo del capital, ¿pero y si se hace a costa de nuestro medio ambiente? Modelos de negocio “de ganar cuota rápida” a base de generar externalidades para nuestro medio ambiente, ésto no debemos permitir lo de ninguna manera. Y aquí entra mi último punto, ¿está Amazon haciendo esto? Esperando que un día nuestros paquetes se envíen por vehículos eléctricos sin conductor, drones u otros artilugios operados con energía limpia nos han acostumbrado a traernos unos calcetines a 50km a precio “aparente” cero. Miles de viajes con grandes furgonetas sin consolidación de paquetes alguna en grandes cajas de cartón ingenuo. ¿Estamos pagando entre todos sus externalidades ambientales a costa de que ellos capten los beneficios de un futuro oligopolístico? Esta claro que su servicio al cliente es inmejorable, ofrecen lo que todos queremos, ¿pero a qué precio? Una cosa es perder su propio dinero y la otra es sacrificar nuestro medio ambiente para los propósitos empresariales de unos cuantos. Debemos exigir a estas empresas que hagan su transición verde y asuman los costes ya. Si quieren ganar cuota dando un mejor servicio que innoven en packaging, que sean los primeros en invertir en tecnologías que no están del todo perfeccionadas o que ralenticen sus planes de crecimiento insostenible si no son capaces de hacerlo de forma “limpia”. Evidentemente los legisladores deberían focalizarse en este tipo de cosas y no en otras menos imperantes. Nuestro futuro también está en sus manos para que estas externalidades no ocurran, y como en el apoyo a las inversiones, es urgente.

Elizabeth Kolbert

Elizabeth Kolbert

Escritora americana

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