Historias de liderazgo: Maurice Cheeks y la chica del himno

17 de Mayo 2020, by Pau

Hoy voy a compartir una historia que escuché por primera vez hará unos tres años y me ha acompañado desde entonces por el impacto que causó en mí. Puede que a veces no sea la acción o el comentario, si no el momento en que uno se encuentra, lo que determina que algo se quede para siempre en nuestro interior; pero en este caso creo que hay un poco de las dos partes y vale la pena explicarlo. El relato me lo contó el fabuloso Profesor Scott Snook dentro una asignatura de liderazgo, y su reflexión sobre el hecho fue, de facto, el colofón a un módulo intenso de repensarse uno mismo y la función de las personas que ejercen influencia sobre otras en un mundo moderno con miles de estímulos sucediendo a la vez. Por suerte, la historia está documentada y hay múltiples videos en Youtube.

Antes de mostrarles el video completo me gustaría contextualizarlo. Para aquellos menos familiarizados con los eventos deportivos americanos, cuando éstos llegan a sus fases finales, los Playoffs, es costumbre que una celebridad o alguien de la comunidad que haya cosechado algún éxito cante el himno nacional. Es un momento solemne que exige que todo el mundo haga un silencio sepulcral; es casi una cuestión de Estado en esa parte del planeta. Nos encontramos en el año 2003, en la ciudad de Portland, OR y el equipo de baloncesto de los Portland Trail Blazers se enfrenta a los Dallas Mavericks en el tercer partido de la serie. Maurice “Mo” Cheeks es el entrenador del equipo local y está concentrado dando instrucciones a su equipo ya que han perdido los dos primeros partidos de la eliminatoria y se juegan la temporada. Suena el megáfono del estadio y anuncian que una chica de trece años, Natalie Gilbert, ganadora de un concurso local, hará los honores de cantar el himno nacional esa noche. Se hace el silencio y empieza a cantar, vean…

 

Supongo que nuestra parte más humana ha empatizado rápidamente con Natalie; en el momento que se queda sin voz, sin acordarse de una letra que ha repetido mil veces, extremadamente nerviosa, se encuentra completamente sola delante de veinte mil personas en un evento emitido por la televisión nacional. Es un momento de una tensión innegable para una persona de cualquier edad y es imposible no pensar “pobre” (imagínense ser uno de sus padres entre el público). Como no puede ser de otra manera, hoy nos vamos a focalizar en la actuación del entrenador Cheeks y analizaremos qué podemos aprender de este magnífico documento.

En primer lugar, me gustaría por un momento que piensen como se puede sentir un entrenador profesional, que entrena un equipo de baloncesto de la mejor liga del mundo, en un momento decisivo de la temporada. Ha perdido los dos primeros partidos y está a punto de empezar el tercero. Usted estaría tensionado, dando instrucciones, revisando lo comentado de forma incansable, asegurándose que su mensaje ha calado bien en sus jugadores y la motivación es la correcta para afrontar el evento. Ha entrenado y diseñado las jugadas muchas horas para que todo salga según planteado en la próxima hora y media. El himno nacional puede que ni siquiera lo escuche; para usted sería un parón protocolario mientras continúa concentrado en lo que sucederá después. En ese momento una chica de trece años que está en medio de la pista no se acuerda de la letra del himno nacional y deja de cantar, ¿qué es lo más normal que haga usted? La respuesta es simple: NADA. Nada es lo que haríamos la mayoría de nosotros bajo las premisas de “no es mi trabajo”, ”no soy yo el que debe hacerlo” o “yo ya tengo bastante con lo mío”. En el mejor de los casos nos hubiéramos dicho esto internamente, y en el peor, ni siquiera nos hubiéramos formulado estas preguntas y no hubiéramos hecho absolutamente nada observándolo impertérritos. Es evidente que ningún periodista hubiera abordado al entrenador Cheeks en la rueda de prensa después del partido preguntándole: ¿Por qué no ayudó a esa niña que cantaba el himno?, o al llegar a casa su familia lo hubiera increpado por su falta de acción o sus amigos le hubieran recriminado su inanición ante tal acto. No hubiera pasado absolutamente NADA, y la respuesta es porque que nadie consideraba que ése fuera su rol, o ni siquiera si tenía “permiso” para actuar de esa manera. Él era simplemente el entrenador local concentrado ante un partido crucial. ¿De quién sería pues el rol de “rescatar” a esa chica? ¿de sus padres entre el público?, ¿deberían bajar corriendo por las escaleras del estadio y saltar a la pista para rescatar a su hija?, ¿de la organización del evento?, ¿del asistente de pista? ¿de los árbitros? Seguramente mis preguntas no tienen respuesta ya que nadie en su “job description” tenía contemplado ese suceso. La responsabilidad de ayudarla no sería de nadie ( o más bien de todos…) ¿Cuál hubiera sido el resultado ante una inacción grupal? Una chica avergonzada unos segundos más delante veinte-mil personas, abucheada parcialmente (pueden ver el video de nuevo y escucharán como se empiezan a oír una mezcla de silbidos y aplausos a partes iguales sin saber cómo acabará). Finalmente, Natalie hubiera dejado el escenario llorando ante una frustración posiblemente de por vida. Adicionalmente, alguien del público, comiendo una bolsa de patatas fritas y un refresco azucarado, igual hubiera comentado a su compañero de asiento: “no deberían dejar cantar a gente tan joven en estos eventos, no están preparados” y posiblemente la organización de la liga se hubiera replanteado también el protocolo en estos casos. Conclusión; sin la acción de Maurice Cheeks tendríamos una niña traumatizada y un protocolo que impediría que futuras generaciones de artistas cogieran confianza en actos no profesionales de poca importancia. La primera lección de liderazgo de esta historia es: el líder actúa rápidamente donde se le necesita, cuando se le necesita, sin pensar más allá. Es importante remarcar el rápidamente, porque en este caso particular, unos segundos más tarde la niña ya estaría fuera del escenario.

Continuamos con el análisis. El entrenador Maurice Cheeks detecta el problema, desconecta de sus pensamientos centrados en el partido, y decide actuar ipso facto. Se acerca andando tranquilamente, sin nerviosismo para no causar temor, y se dirige hacía el centro de la pista. ¿Qué hace? Se pone al lado de la chicha, sitúa una mano en su hombro en señal de soporte, y empieza a cantar a su lado dictándole la letra del himno. Estoy convencido que muchos de los que se autoproclaman “líderes” hubieran tenido la tentación de coger el micro y cantar ellos directamente, o agarrar el micro, el control, y cantar conjuntamente bajo su paso. En este caso no. El entrenador Cheeks ni siquiera tiene la tentación de coger el mando, sabe que la protagonista es la chica y él debe guiarla en ese momento difícil. Con un rostro serio, sin compasión alguna, le dice “C’mon, C’mon” e insiste en marcarle el paso de la letra, que suba el micro, y en algún momento incluso la acompaña con la mano cual director de orquestra involuntario. En ese momento de tensión aguanta el tipo con Natalie como si le hubieran asignado a él también la responsabilidad de cantar el himno nacional. La chica da signos de flojear momentos después, y el entrenador Cheeks vuelve con insistencia levantando la voz. Los dos permanecen erguidos, cantando, en medio de la pista hasta que la canción acaba y la tarea se da por concluida. Maurice Cheeks abraza a Natalie y vuelve rápidamente a su banquillo dejando que los aplausos continúen hacia la única protagonista de aquel momento. Tan simple y brillante a la vez. Es obvio que el entrenador Cheeks no sabe cantar, pero sabe la letra y tiene la experiencia y temple que requiere el momento. Natalie tiene mejor voz, sabe la letra perfectamente también, pero el momento le supera… En un mundo hiper-especializado muchos líderes “cantan” peor que la gente que lideran, pero sus atributos pueden y deben ser distintos para que los “himnos” lleguen al final de su letra con éxito en un equipo cohesionado. El líder debe actuar en tiempos de crisis como las fuerzas especiales de un ejército, entrar y salir, solucionar el problema dando el soporte necesario, y volver al segundo plano cuando ya no se les necesita. El “micromanagement” o el “ya lo hago yo” no tienen sentido en un entorno dónde los nuevos y múltiples conocimientos exceden las capacidades físicas e intelectuales de una sola persona. Continuando con el símil del baloncesto, estoy convencido que el entrenador Cheeks, para dirigir una plantilla de entre doce o catorce jugadores, tiene múltiples entrenadores asistentes; el ojeador, el preparador físico, el especialista táctico, el entrenador de pívots o un dietista. ¿Sabe él de todo esto? Evidentemente no está al nivel de sus especialistas en sus materias, pero su valor reside en tener ciertos conocimientos básicos de todo, saber escuchar, conjugar y aplicar todo el conocimiento del grupo para conseguir los mejores resultados con el nivel de motivación adecuado. Algunas personas piensan que es más fácil coger el micro y cantar hasta el final de la canción, para salir del paso; pero no saben que su música sonará peor y alguien situado a su lado no cantará nunca más con una confianza plena. Miren como alienta Maurice a Natalie; sin compasión alguna en ese momento crítico, sin pensar que es una niña, le fuerza a mantener el micrófono en alto constantemente y a no bajar los brazos. Y Natalie resurge con su apoyo y acaba incluso brillando. Segundo aprendizaje del documento: el líder no es el protagonista, da “la cara” y el soporte necesario cuando se le necesita, exigiendo resultados sin condescendencia, y desaparece del primer plano lo antes posible cuando ya no es necesario. Añadiría, si se le necesita siempre, algo falla.

Por último, me gustaría comentar posiblemente lo más evidente del documento, lo que todos ustedes se han percatado en los últimos momentos de la grabación; todo el mundo acaba cantando. Jugadores locales, rivales, entrenadores, los árbitros, el público acaban cantando el himno para acompañar a Natalie en ese momento creando una atmosfera mágica. Les avanzo el último aprendizaje claro de esta historia: el liderazgo bien ejercido es magnético. En condiciones normales, ante una actuación sin percances de Natalie, el público y los jugadores hubieran permanecido en silencio murmurando la letra del himno en su mundo interior. Al acabar, un aplauso más o menos intenso, y empezaría el partido. El acto de Maurice Cheeks genera una empatía y una sensación pantagruélica en ese pabellón, y hace que todo el mundo empiece a cantar, que quiera participar también de su acción y se salte el protocolo. Todo ser humano en aquel estadio saca energía de su interior y se focaliza en reforzar uno de los mejores cantos grupales que he visto en un evento deportivo. Si buscan en los noticiarios de ese día, verán que a los americanos les faltó tiempo para relacionarlo con un “acto auténtico de patriotismo americano”. Independientemente de cómo usted decida catalogarlo, es innegable que todo el mundo quiere identificarse con un acto de liderazgo de este calado. Unos le dirán patriotismo y lo querrán asimilar al carácter de los ciudadanos de una nación, otros dirían que su equipo refleja esos valores como nadie, algunos incluso aducirán a cuestiones étnicas en un país donde tienen dificultades raciales. Me da igual. Un acto de liderazgo como éste genera que todo el mundo se quiera referenciar a él y quieran aprovecharlo para reforzar sus “marcas”; como también se hace con los grandes líderes de la historia. En tiempos como éste, muchos políticos citan a Winston Churchill intentando hacer un co-branding que él nunca hubiera permitido. Es por la misma causa, fomentar la asimilación de cualidades. Liderar desde la generosidad, con pasión, ayudando y empujando los equipos hacia dar lo mejor de sí, mientras se hacen crecer a las personas, es atractivo y magnético para todo ser humano. Es indudable e innegable; todo el mundo quiere formar parte de eso.

Algunos se preguntarán como acabó la historia después del partido, ¿qué pasó con Maurice y Natalie? El equipo de Maurice Cheeks perdió el tercer partido y no hay evidencias que los dos personajes se reencontraran esa noche, ni si quiera jamás. El entrenador Cheeks se sorprendió al finalizar, obcecado en su derrota, que le preguntaran sobre el acto del himno incesantemente sin interesarse por el principal acontecimiento de la noche, incluyendo la difícil situación en la que se encontraba su equipo. No contestó ninguna pregunta relacionada con el hecho ya que en ese momento no era consciente de lo que había sucedido realmente. No fue hasta diecisiete años después, en 2020, cuando comentó en una entrevista por televisión lo que había acontecido; su respuesta fue simplemente “no tengo ni idea de porqué lo hice, simplemente sucedió”. La respuesta puede parecer inocente e insuficiente, pero el entrevistador le mostró unas imágenes de años atrás donde él como jugador había presenciado algo similar. ¿Dónde quiero llegar con este apunte? Que los actos de liderazgo tan bien entendidos y ejecutados como éste salen del inconsciente, y éste debe alimentarse para que salgan así. Maurice Cheeks fue jugador profesional durante años, ejercía de base, el jugador que dirige las jugadas en ese deporte y ejerce un liderazgo incontestable en los equipos. En su vida había vivido una experiencia similar, aunque no la recordara, y en ese momento todo lo aprendido durante años, todas esas experiencias y sabiduría acumulada como jugador y entrenador, salió espontáneamente sin reflexionarlo. Si alguien hubiera tenido que pensar todo lo comentado en este post para salir a la ayuda de la chica y ejecutarlo de manera adecuada, Natalie estaría llorando todavía en le vestuario al lado de sus padres. Debe reflexionarse y ejercerse con repetición para que un acto como este salga sin premeditaciones… Si se preguntan por Natalie, les muestro el reportaje donde los dos personajes comentan años después el suceso. El resultado era de esperar, Natalie se dedica hoy a la música y recuerda ese momento de su vida como algo especial que le ha marcado para siempre. Vean (el documento está en inglés, pero pueden ponerse los subtítulos automáticos de Youtube):

Todos experimentamos constantemente, en cierto grado, la situación del entrenador Cheeks en ese partido; estamos focalizados en nuestras tareas e instrucciones intentando que todo funcione según lo deseado. Intentamos ser buenos profesionales, gestores de equipos y hacer bien nuestro trabajo mientras nos dominan nuestros pensamientos y obligaciones. ¿Han pensado cuantos “casos Natalie” pueden ocurrir a su alrededor? ¿Sería su “obligación”? ¿se plantea si puede o debe actuar de esta forma? Los líderes verdaderos, aquellos que se creen en el presente siglo, serán aquellos que actúen cuando nadie lo espere, y se los precise, sin hacerse muchas preguntas filosóficas, ayudarán al éxito ajeno, empujarán a éstos a un rendimiento óptimo, no buscarán reconocimiento instantáneo y harán actos dignos de copiarse y extenderse para todo aquel que lo presencie o sepa de ellos. Miren el documento de vez en cuando y recuerden lo que nos enseña; hay que interiorizarlo en nuestros subconscientes para poder ser milagrosamente “espontáneos” cuando se requiera.

Inspiración: Scott Snook

Inspiración: Scott Snook

Profesor de Administración y Dirección de Empresas en HBS