Coronavirus, egoísmo y liderazgo
19 de Marzo 2020, by Pau
Estos días estamos engullidos en un mar de información de todo tipo: médica, económica, política, mediática, de fake news e incluso de multitud de “memes” vía redes sociales… Todos los ciudadanos intentamos entender lo que está sucediendo en este mundo global y nos sorprendemos ante el cambio de nuestra realidad local más cercana. Nunca el término “glocal”, palabra que fusiona lo global con lo local, había sido tan cierto. Vivimos un mismo fenómeno global que arrasa las sociedades del hemisferio norte, de Oriente a Occidente, del Comunismo híbrido al Capitalismo más feroz, y al mismo tiempo cada cultura y país reacciona con su forma de ser y entender el mundo. Los balcones llenos de gente bailando y cantando el himno de Italia, creando comunidades espontaneas “de balcón”, sería casi impensable visualizarlo en ciudades del norte de Europa. En sentido opuesto, permitir convocar una manifestación masiva en la capital de un país (por muy noble que sea la causa) para convocar el día siguiente el “estado de alarma”, podría verse como inverosímil en países menos viscerales con un sentido de la política riguroso. Cada país, cada cultura, cada comunidad o cada régimen actúan de forma diferente ya que sus formas de operar rigen parámetros distintos en función de su origen, contexto, localización, clima o historia. Sin embargo, considero que hay verdades y conceptos que son universales; sin verdades universales todo es relativo, y las grandes crisis económicas y de valores vienen siempre por relativismos donde las responsabilidades se disipan hasta no ser de nadie. Matar a otro ser humano está mal; no es relativo dependiendo de a quien mates, si te consideras un justiciero o si estas en guerra. Matar un ser humano es malo y esta es una verdad universal. El valor igual de cada ser humano, lo común por encima de lo individual y el sentido del liderazgo son también realidades que considero universales independientemente de dónde y quien las ejerza; hay un modelo o idea clara y da poco lugar a duda. Sólo recordándolo podremos tomar las decisiones más correctas en estos tiempos convulsos.
El valor del ser humano quiere decir simplemente que no hay vidas que valgan más que otras, que un ciudadano chino de la provincia de Hubei no es menos que uno de la Land de Baviera, o que un pensionista británico en la cuenca minera de Gales no es menos valioso que un joven universitario de Oxford. Tomar decisiones como las que hemos visto en algún país dónde se “sacrificaba” una parte de la población de cierta franja de edad, presumiblemente más vulnerable, puede resultar tan erróneo como éticamente reprochable. Primero porque las afectaciones del virus en el conjunto de población no están del todo claras todavía y, en segundo lugar, porque una mutación espontánea del virus puede ser letal para otra franja de población. Una mala decisión basada en una verdad relativista puede conducir al caos, resultados catastróficos de mortalidad, y además no dejarnos vivir con nosotros mismos el resto de nuestros días. Hemos visto en enero cómo se menospreciaba a la ciudadanía rural china porque “ahí no se lavan las manos”, “comen pangolíes”, “su higiene es pobre”, “son muchos” o “es una sociedad menos evolucionada” mientras pensábamos, sentados en nuestros sofás occidentales, que esto pasa “allí” y no tiene importancia. Al igual que vemos muchas otras noticias mientras tenemos interiorizado que esto no nos pasará a nosotros porque “alguien” no lo permitiría. Conclusión: simplemente no hacemos nada, relativizamos el concepto de vida humana, y pensamos que nosotros valemos más sin reflexionar mucho más allá. Olvidamos que vivimos en un mundo interconectado que evoluciona muy rápido y que somos parte del mismo ecosistema global donde todos somos iguales. Tarde o temprano todo llega.
Ligado al primer concepto del valor y la condición humana se encuentra la segunda verdad que creo universal: lo común debe ir por encima de lo individual. Literalmente estoy en estado de shock. Ahora vemos lo que hemos creado en occidente los últimos 70 años: egoísmo, individualismo y narcisismo. He visto gente joven pelearse con abuelas en el super por una bolsa de arroz, como un 90% de una población cree trabajar en un sector estratégico para evitar quedarse en casa o ir con fiebre a trabajar porque no quiere asumir el coste de una baja poniendo en riesgo sus compañeros y la continuidad del negocio de su empresa. Hemos visto gente que no le importaba continuar asistiendo a lugares masivos porque no eran población de riesgo, o ir a pasar el confinamiento en poblaciones de segunda residencia sin pensar que podrían expandir el virus y saturar la sanidad de estas regiones menos preparadas en caso de emergencia. Hemos visto gente extremadamente indignada, tan indignada como para hacer declaraciones en TV pensado que poseían la razón absoluta, por tener que cancelar un viaje personal “inútil” a países donde el sistema de sanidad es primario y su única alternativa es el aislamiento. Y todos hemos oído, en muchas de nuestras conversaciones personales, como sacrificar una cena, una reunión, una comida, un fin de semana o unas entradas de teatro es un drama diario del que cuesta mucho renunciar. Todos queremos volver a la normalidad sin asumir los costes del aislamiento, queremos tenerlo todo ipso facto sin pensar en las consecuencias que esto puede significar a nuestro alrededor, es la droga del cortoplacismo y la recompensa instantánea. Lo más triste de todo, lo desesperante, es que todo el mundo quiere engañar al sistema con fines individuales sin reparar que el sistema somo todos. Si todos pensáramos que el virus nos podría matar por igual, si no pensáramos ser superiores a nuestra gente mayor o los que tienen enfermedades crónicas, veríamos una conducta realmente moral. El sentido de comunidad se ha desvanecido progresivamente mientras el yo de cada uno se hacía más importante. Creemos ser más importantes que el vecino y creemos trabajar en cosas más imprescindibles. La cruda realidad, por mucho que algunos les cueste asumirlo, es que la mayoría de nuestras existencias pasarán sin pena ni gloria en la historia de la humanidad prevaleciendo sólo los hitos que crearemos como comunidad y como especie. De Newton, Kant, Mozart, Einstein o María Teresa de Calcuta han habido muy pocos a lo largo de la historia… Esto lo saben los asiáticos, dónde la mentalidad oriental piensa en eras y no en años, dónde el sentido de lo común pasa por encima de lo individual (no lo tienen que pensar o decir en las noticias), lo tienen interiorizado. Muchos de ellos todavía recuerdan la pobreza extrema dónde las opciones eran limitadas, dónde uno no hace lo que quiere si no lo que puede, dónde la ayuda de unos con otros se hace imprescindible para sobrevivir en comunidades pequeñas. En los pueblos esto todavía se ve tímidamente, en las ciudades la gente no conoce ni a sus vecinos de escalera. Los países orientales darán lecciones a los países occidentales, y aunque algunos quieran argumentar la mano militar del régimen comunista, no olviden que nosotros tenemos policía y ejercito en la calle porque nadie hacía caso a sus gobiernos. Comparen las imágenes de las colas en Japón cuando hubo el tsunami en Fukushima con los empujones en el Super esta semana en algunos países de Europa. El lema aquí es: “Me da igual que los hospitales estén saturados y/o que la gente mayor se muera, que yo tengo una paella con mis amigos en el pueblo”. Y mientras el caos total no llega a Estado Unidos, ya vemos los americanos haciendo cola para comprar armas y proteger lo que es “suyo” ante una posible crisis social.
Por último, sin justificar todas las conductas anteriores, creo que los liderazgos débiles a lo largo de los años han reforzado conductas egoístas e individualistas. Si la gente no cree en el Sistema, si se siente netamente desprotegida, se toma la justicia por su parte sin importarle nada y nadie; los Gobiernos se quejan de la desafección en la política y las empresas de la rotación de personal. ¿Pero qué deberíamos esperar de nuestros líderes? ¿Cómo debemos liderar en estos tiempos convulsos e inciertos nuestras organizaciones? En primer lugar, diría que se crean e interioricen los dos primeros conceptos que he descrito: todas las personas a las que lidera tienen la misma importancia y que el líder no está por encima de la comunidad. El líder tiene que entender que es un servidor, un servidor especial en su organización que tiende a estar más preparado, precisamente para momentos como el presente. Un líder no se esconde, se anticipa, coge el mando, toma las decisiones que considera más correctas sin vacilaciones en el momento que son más oportunas y, una vez establecido un plan claro de acción, practica el ejemplo en la comunidad que lidera. Es una definición muy bonita pero continúa siendo difusa, detallémosla:
– No se esconde: a nadie se le escapa que la comunicación en una crisis es clave para mantener a la comunidad tranquila y alineada en tiempos de confusión. La gente espera ver el máximo responsable al mando, oír de primera mano cual es la situación y entender que está en perfecto estado para lidiar con la situación y “cuidarse de ellos”. El flujo de información tiene que ser claro, simple, fluido y continúo dando respuesta a las dudas diversas que surgen en la mente de cada individuo (pueden ser muchas, diversas e incluso infundadas). La transparencia tiende a ser apreciada, y si la situación es grave, es mejor comunicarlo cuanto antes para poder activar una reacción rápida entre todos (el llamado worse-before-better effect). La condescendencia comunicativa, esconder información que después se acaba descubriendo, o mostrar incertidumbre en los planes de acción genera una sensación de desprotección que deriva en insumisión.
Hemos visto estos días jefes de gabinete o ministros en lugar de presidentes, o directoras de comunicación en lugar de CEOs, salir a informar en primer lugar para “para el golpe”, frase que ya denota descontrol e histeria; y cuando finalmente han aparecido días más tarde las personas que deben tomar las decisiones difíciles, han mostrado rostros desencajados como si hubieran digerido mal la comida, dando mensajes ambiguos y no alineados con otros grandes entes sociales, generando una inseguridad mayor que antes de aparecer. Empresas y Gobiernos se contradecían entre ellos, más tarde con los profesionales de la medicina, después Gobiernos contra Gobiernos y finalmente Países contra entidades supranacionales. Un coctel ideal para tranquilizar el ciudadano de a pie y crear una confusión tremenda sobre la gravedad del problema. Parafraseando muchos ciudadanos la semana pasada: “si esto es una gripe leve, paso de lo que ha dicho el ministro de turno”.
– Se anticipa: nunca antes este concepto se había puesto tan de manifiesto como en esta crisis. En todo decálogo de toma de decisiones siempre aparece, pero en una crisis con evolución exponencial, como son los contagios, este factor es clave. Varias preguntas me surgen cuando examino las actuaciones de los gobiernos occidentales: ¿dónde estaban los planes de contingencia para estas ocasiones? y si piensan que nadie podía prever una crisis así (no me lo creo porque hay miles de informes gubernamentales previos, incluso una TED talk de Bill Gates) les planteo, ¿Qué hacían nuestros gobiernos mientras China se confinaba? y más aún ¿Por qué unos países no tomaron ejemplo del caso de Italia una semana antes? Sólo encuentro dos respuestas; o por negligencia, o por soberbia, o las dos cosas. El Sr. Trump y los líderes europeos parece que han escenificado en primera persona estos dos errores, y desde su confort y falta de preparación occidental, pensando que eran mejores, han dejado a sus ciudadanos sumidos en una crisis con consecuencias impredecibles todavía. Un líder no deber tener los sesgos psicológicos del ciudadano común ya que tiene la información, el soporte y los recursos que el resto no tenemos, y debe entender que su responsabilidad, casi única, es evitar que situaciones críticas tengan mayores consecuencias. No permitamos, por favor, que un Gobierno nos diga que esto no se podía prever.
– Coge el mando y toma decisiones: Parece el atributo más obvio y clásico del liderazgo, pero me gustaría incidir en el “cómo” las toma. Para mi la respuesta es clara, escuchando a los expertos y valorando las consecuencias de cada decisión, sus pros y sus contras. Saber realmente escuchar, sin sesgos previos, sin prejuicios o barreras, sin intereses colaterales y absorber información rápidamente para recomponerla en marcos de acción actuales y futuros deben ser parte de las cualidades inexcusables de un líder. Reformular, preguntar, adaptar, explorar o buscar opciones y alternativas es parte del proceso de toma de decisiones. Una vez realizada la valoración, y apretar el botón de acción, no se debe echar la vista atrás, sólo pivotar ideas y acciones hacía adelante. Si alguien tiene que tomar una decisión incierta y dura, sólo el líder puede hacerlo, porque debe ser él exclusivamente el que asuma responsabilidad íntegra de todas sus consecuencias y dé explicaciones cuando la crisis haya pasado. El proceso de mando es infinitamente más sencillo y simple que el de decisión; consiste en demostrar seguridad en la decisión tomada y dar estabilidad y recursos a la gente que la deberá ejecutar. Ante los posibles contratiempos se puede maniobrar siempre teniendo en cuenta lo que se quería conseguir en primera instancia.
Hemos visto estos días el Sr. Johnson o el Sr. Trump cambiar de estrategia radicalmente en una semana perdiendo días valiosísimos para su población, señal inequívoca que tomaron una decisión sin escuchar a nadie, o al menos no todas las opiniones o métodos de acción. Hemos visto Gobiernos sin capacidad de valorar escenarios dado su incapacidad. Sabían que tenían que informar a la población (tienen claro que no comunicar hoy es imposible), pero sólo daban mensajes sin una estrategia clara para concienciar a la población rápidamente y tomar rápidas decisiones para evitar males mayores. Muchos ni saben escuchar, ni tienen la capacidad de tomar decisiones en momentos convulsos. Dígame usted como se sentiría si es personal sanitario (a día de hoy ya exhausto de trabajar) y estaba la primera semana de marzo informado de lo que pasaba en Italia y escuchando la inactividad de algunos Gobiernos europeos (cuando sólo daba la cara un total desconocido en el caso de España). Se lo digo yo, en la próxima crisis tomará usted el mando con su familia, será egoista, y hará caso relativo a sus mandatarios.
– Practica con el ejemplo: En último lugar, parece obvio que no hay mensaje que cale más que el ejemplo; quien tiene niños sabe que es la forma más potente de transmitir. Hemos visto CEOs grabando videos desde casa en Linkedin informando de la necesidad de teletrabajar y el mensaje tiene más fuerza que cualquier circular corporativa apostando por este método (he comparado los dos métodos y el efecto en mi ha sido radicalmente distinto). Que un presidente salga en portada haciendo un consejo de ministros por videoconferencia genera tal impacto que ayuda asumir que vivimos una realidad diferente. Si en estos momentos se nos exige flexibilidad y adaptabilidad para abandonar todos nuestros egoísmos creados en la comodidad occidental, espero que nuestros líderes también lo hagan a su nivel. Y mientras vemos las casas de algunos dirigentes y personas famosas en ropa informal, y nos fijamos en los posters y cuadros que tienen en la pared mientras interiorizamos que algo ha cambiado, otros se dedican a generar más rechazo proclamando confinamiento y haciendo lo contrario. No puedo dejar de preguntarme; si hay tanta limitación de test de Covid 19, claves para la gestión de la crisis, ¿Por qué todos los políticos, tengan o no síntomas, ya saben el resultado? ¿Por qué los famosos también? y ¿Por qué se ha ofrecido a todos los equipos de la Primera División de Fútbol? un colectivo con riesgo limitado precisamente. Si quien tiene un familiar con síntomas debe quedarse en casa quince días en modo cuarentena, ¿por qué vemos a un Ministro de Presidencia en un Consejo de Ministros presencial una semana después? Son preguntas con respuesta justificada seguramente, pero muy difíciles de entender para la gran masa de población. Si la situación es crítica, los líderes tienen que ser los primeros en renunciar a sus hábitos y ser flexibles para abordar los planes de acción que proclaman. Sólo siendo consecuentes realmente conseguirán que la gente se los crea y los siga.
Pienso que muchos de los comportamientos que estamos viendo estos días reflejan una sociedad acostumbrada a cierta comodidad, sin la necesidad de renunciar a muchas cosas “trascendentes” y con un espíritu colectivo mermado por unos valores individualistas y unos liderazgos pobres. Creo que podemos aprovechar estos días de “encierro” para crecer o reflexionar sobre muchas de nuestras actitudes y como debemos liderar en el mundo que viene dentro nuestra comunidad. Sin asustar a nadie, la crisis climática esta a la vuelta de la esquina…